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CULTURA

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La exposición Arte y Salud se encontrará en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Sala 30, desde el 26 de septiembre al 19 de octubre.

Visita a la exposición solicitando entradas gratuitas en «información» del vestíbulo del museo

Obras expuestas en la IV Edición Arte y Salud (salud longeva)

Andrea Vaccaro
Tobías cura la ceguera de su padre, ca. 1667
Procedencia obra original: Museu Nacional d’Art de Catalunya
Fotomontaje: Jorge Salgado © Cultura en Vena, 2025

¿Quién cuida al que cuidó? ¿Quién guía al que lo hizo antes?

Tras un largo viaje, Tobías regresa para devolver la vista a su padre, Tobit, asistido por el arcángel Rafael. En esta versión lo acompañan diferentes profesionales sanitarios. Entre todas y todos sostienen el tiempo –ese que avanza sin pedir permiso–, que ahora se manifiesta en forma de cuerpo frágil, ojos cerrados y pijama de hospital. El padre, en silla de ruedas, espera una caricia tanto como una cura. Ha perdido la visión: ahora mira con la memoria.

En esta escena bíblica, tan popular en el arte del Barroco, la mirada que se recupera no es solo la física. Es la mirada que reconoce al otro como sujeto, que no lo reduce a su dependencia ni lo discrimina por su edad. Es la mirada que desafía el edadismo y reivindica la vejez como un espacio legítimo de presencia, deseo y saberes. Aquí el milagro no es solo médico: es afectivo, es colectivo, apoyado por una red sanitaria atenta, humana y solidaria, que abraza la dignidad de la vida en todas sus etapas y reconoce el derecho a la atención hasta el último aliento.                                   

Tobías reconoce la simetría de la vida: su gesto agradece y devuelve lo recibido, cerrando el círculo del cuidado. ¿Cómo imaginamos el final de la vida, si no como un regreso al centro de los afectos que nos dieron forma?

Francisco de Zurbarán
Naturaleza muerta de cacharros, 1616
Procedencia obra original: Museu Nacional d’Art de Catalunya
Fotomontaje: Jorge Salgado © Cultura en Vena, 2025

¿Puede una naturaleza muerta hablar de la vida?

Recipientes metálicos y de barro reposan sobre un alféizar. La luz los acaricia desde un punto invisible y los arranca lentamente de la negrura del fondo. 

Un pastillero semanal reúne las píldoras de cada día. Es compañero y brújula en el laberinto de la polimedicación. Pero no es la única presencia en la mesa cotidiana: un suplemento de proteína refuerza la dieta, libros de cocina saludable esconden notas entre las páginas, entradas para el museo esperan al viernes por la tarde. Objetos humildes, reales y necesarios.

Durante siglos, la expresión “naturaleza muerta” ha nombrado el género pictórico que representa lo inerte. Hoy, desde la perspectiva de la salud longeva, reivindicamos que la vida también persiste en la quietud y en la fragilidad. Este bodegón ya no es solo una escena de interior: es una biografía en miniatura. Una forma de decir: aquí vive alguien. Alguien que necesita cuidar su cuerpo, pero también su deseo de aprender, de leer y cocinar, de emocionarse ante un cuadro. Entre los pequeños rituales que componen una vida con sentido, la cultura no es un lujo: es una forma de seguir siendo parte. Esta es una “naturaleza viva”. 

La salud de las personas mayores no se resume en un diagnóstico ni cabe en una receta médica. En la vejez, la cultura cuida. 

José de Ribera
San Jerónimo penitente, 1634
Procedencia obra original: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Fotomontaje: Jorge Salgado © Cultura en Vena, 2025

San Jerónimo ya no sostiene una calavera. Sostiene una pesa rusa, o kettlebell.

Donde antes había un memento mori –recordatorio clásico de la finitud de la existencia, simbolizado por el cráneo–, hay ahora un acto de voluntad. Ya no se trata solo de recordar la muerte, sino de preguntarse cómo queremos habitar el tiempo que nos queda.

Asceta y ermitaño retirado en el desierto, San Jerónimo es representado como ejemplo de transformación espiritual a través del trabajo corporal. En esta relectura, la penitencia se transforma en resistencia; la culpa, en disciplina. El cuerpo ya no se arrodilla ante la muerte: se fortalece para vivir. Los libros que le acompañan ya no enseñan dogmas, sino prácticas: longevidad, salud activa, envejecimiento sin resignación. 

¿Y si cuidar el cuerpo no fuera una obsesión estética, sino una forma de autonomía? ¿Y si la salud, más que un destino, fuera una práctica diaria de resistencia? Hoy sabemos que mantener la fuerza y la funcionalidad es clave para conservar la independencia en las acciones más cotidianas. Los músculos de San Jerónimo no son vanidad: son herramienta. No todas las personas mayores podrían levantar esa pesa, ni tendrían por qué. Pero sí pueden —y deben— aspirar a sostener su propio cuerpo en la medida de sus posibilidades.

San Jerónimo nos recuerda que envejecer no es dejar de ser. Es elegir cómo seguir siendo.

Carl Holsøe
Mujer con frutero, ca. 1900–1910
Procedencia obra original: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Fotomontaje: Jorge Salgado © Cultura en Vena, 2025

Una mujer sentada junto a una mesa. Habitación silenciosa, luz que entra oblicua, atravesando los visillos sin prisa. El tiempo parece suspendido. En esta versión, la escena ha cambiado: la mujer está en silla de ruedas. En la pared, algunos post-its recuerdan “llamar a Elena”, “miércoles: teatro”, “revisar la tensión”. Pequeñas estrategias domésticas contra el olvido. 

En la pintura de Holsøe, la figura femenina aparece a menudo discreta: integrada entre el mobiliario, casi absorbida como un elemento decorativo más. Aquí, esa lógica se resignifica en una de las realidades posibles más duras de la vejez. La soledad no deseada afecta a millones de personas mayores: puede erosionar el ánimo, la salud, el sentido de pertenencia. 

Pero vayamos un paso más allá: ¿existe una brecha de género también en edades avanzadas? ¿Cuántas mujeres mayores experimentan una forma de desaparición progresiva? ¿Cuántas han dejado de ser vistas, escuchadas, nombradas? A pesar de tener una esperanza de vida más elevada, las mujeres suman años con peor salud, más discapacidad y más dependencia. Envejecer siendo mujer es, muchas veces, sufrir una doble discriminación. La desigualdad estructural persiste en la vejez femenina, invisibilizando al arquetipo de anciana sabia y mentora. 

Envejecer no es convertirse en un objeto. Es seguir siendo sujeto. 

​Taller de Leonardo da Vinci
Mona Lisa (serie de tres variaciones), ca. 1507–1516
Procedencia obra original: Museo Nacional del Prado
Fotomontaje: Jorge Salgado © Cultura en Vena, 2025

Tres versiones de una misma mujer. Tres rostros posibles para pensar la vejez.

Salud longeva no significa solo sumar años a la vida, sino vida a los años. Para vivirlos con sentido, con cuidados, con compañía. En esta copia del taller de Leonardo, una restauración reciente sacó a la luz lo que parecía perdido: un fondo cubierto que había quedado en la sombra. Quizá la edad no sea, simplemente, una suma de capas de tiempo. Quizá, si miramos más allá de la superficie, también se nos revele un paisaje inesperado.

 

 

 

 

1- En la primera, el tiempo ha pasado con ternura. Su piel arrugada no es un defecto, sino una huella: testimonio de historias vividas. No es otra Mona Lisa, es la misma de siempre, envejecida con dignidad. Representa la posibilidad de una longevidad activa, con voz propia y belleza no domesticada, resistente a la presión de la industria cosmética sobre las arrugas femeninas.

2_La segunda tiene el rostro cubierto por post-its. Son notas que trazan la evolución del olvido: nacen como remedios contra los despistes, para convertirse en anclas a la propia identidad. Al principio recuerdan qué hacer (“Tomar las pastillas por la mañana”), poco a poco registran quién se es (“Me llamo Carmen Ruiz”, …), hasta derivar en la desorientación total (“¿Quién es Julián?”). Las enfermedades neurodegenerativas no solo borran la memoria: erosionan la biografía. Esta Mona Lisa no solo ha envejecido: se está despidiendo lentamente de sí misma.

 

 

 

 

3_En la tercera, el rostro se ha vuelto difuso, casi invisible. ¿Qué ocurre cuando dejamos de mirar? El desenfoque no es un fallo técnico: es un síntoma social. El edadismo borra la esencia del individuo, silencia, margina. Esta Mona Lisa sin rostro nos interpela a todos: ¿quiénes pierden cuando dejamos de ver a los mayores como individuos completos? 

Las imágenes originales de la exposición Arte y Salud Longeva han sido gentilmente cedidas por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, el Museo Nacional del Prado y el Museu Nacional d’Art de Catalunya.

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