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Pequeños pacientes, grandes lectores 3

El mundo no es de colores

Autora: Sara, 14 años
Paciente del Hospital Doce de Octubre (Madrid)
Emociones que encontrarás en este cuento: alegría, sorpresa, amor, ira y tristeza

Érase una vez, en una ciudad que no había colores ni alegría, nació una pequeña niña llamada Fernanda. Un día, hace mucho tiempo, Fernanda plantó una semilla en mitad de un parque y no se lo dijo a nadie, porque pensó que, si alguien se enteraba, quitarían la semilla. Fernanda todos los días iba a visitar a la semilla para ver si había crecido, aunque solo fuera un centímetro. A pesar de que no crecía, ella seguía yendo todos los días al parque para ver la semilla.

Un día, volviendo del colegio con su madre de la mano, pasaron por el parque y Fernanda vio una cosita de color marrón y ella se preguntó ¿Qué será esa cosa marrón? ¿Será la semilla que he plantado? Sin esperar ni un instante, Fernanda salió corriendo en dirección al parque para ver qué era eso marrón que salía del suelo. Cuando llegó, vio que la semilla había hecho su trabajo y le había salido una rama. Fernanda, al ver la rama de color marrón, se sorprendió porque donde ella vivía las ramas eran grises y no marrones.

Fernanda, al ver la rama de color marrón, se sorprendió porque donde ella vivía las ramas eran grises y no marrones.

Su madre, preocupada porque no veía a Fernanda, la llamó, y Fernanda, al escuchar que su madre la llamaba, se fue con ella dejando la rama sola ahí.

Por la noche Fernanda preguntó a su madre:

―Mamá, ¿existen los colores?

A lo que la madre responde riéndose:

―Hija, ¿de dónde te sacas esas ideas? Claro que no existen los colores.

Fernanda subió las escaleras y se fue a su habitación pensando en la rama marrón que había salido de su semilla. Ella seguía pensando en cómo era posible que de su semilla hubiera salido una rama marrón. Al día siguiente, intrigada en sí había salido una hoja de su rama, se fue al parque sin avisar a su madre. Cuando fue a salir por la puerta la madre de Fernanda la paró y le preguntó:

―Fernanda, ¿a dónde vas? Hace mucho frío, si vas a salir ponte un abrigo y guantes. 

Fernanda le respondió:

―Mamá voy al parque, ahora mismo me pongo el abrigo y los guantes.

Fernanda, contenta, salió de su casa para ir al parque, a ver si por lo menos le había salido una hoja, pero lo único que vio en el parque fueron ramas marrones. Fernanda fue a su casa a por una regadera que tenía en su habitación y regó las ramas; y se fue otra vez a su casa. Cuando abrió la puerta, le estaba esperando su padre, había vuelto de Francia.

Su padre era un fotógrafo muy famoso que viaja mucho por el mundo y le veía poco, pero siempre le traía muchas cosas. Cuando le vio se le iluminó la cara a Fernanda y corrió hacia sus brazos. El padre, al ver a su hija, lloró de alegría y la abrazo muy fuerte. Al día siguiente, Fernanda se levantó y fue a la cocina para desayunar y despedirse de su padre porque tenían que ir a Estados Unidos a hacer fotos a los monumentos, pero cuando Fernanda bajó las escaleras, su padre se había ido y le había dejado una carta diciendo que en la cocina tenía unas tortitas con forma de corazón y que la quería mucho. Fernanda ya estaba acostumbrada, así que para consolarse se fue al parque para ver la semilla. Cogió la regadera y el abrigo y se fue al parque. 

Cuando llegó, en el parque Fernanda se sorprendió muchísimo pues a la rama le había salido una planta morada. Fernanda saltó de alegría porque su sueño se había hecho realidad: a la rama por fin le había salido una hoja, pero Fernanda pensó que era un sueño porque era de color morado y allí las hojas eran negras o blancas. Fernanda ya no sabía si contárselo a su madre o no, porque lo único que quería era que la semilla estuviera a salvo y que no le hicieran daño, así que Fernanda llamó a su amiga Carlota y se lo contó. Carlota le propuso que pusiera una circunferencia de cartón alrededor de la planta para que nadie pudiera saber que había allí un árbol. Carlota le dijo a Fernanda que la esperara allí, que ella iba a traer el cartón, las tijeras y celo para poder hacer la circunferencia alrededor del árbol. Cuando llegó Carlota al parque se pusieron manos a la obra y lo terminaron antes de que se fuera el sol. Cuando lo acabaron, Carlota le dijo a Fernanda:

―Fernanda, prométeme que no dejarás que nadie tale esté árbol tan bonito y colorido.

 A lo que Fernanda, alegre, le respondió:

―Te juro que este árbol no lo talarán.

Las dos se fueron a su casa. Al mes siguiente, el árbol ya medía cuatro metros y el cartón se rompió. Al ver lo que media, Fernanda se asustó porque ya no lo podía esconder más e iba a salir su árbol por la televisión y seguramente iban a talarlo. Al día siguiente, cuando bajó las escaleras, la madre de Fernanda le dijo a Fernanda:

―Fernanda, ¿sabes que en el parque hay un árbol lleno de colores?

A lo que Fernanda, sorprendida, le dijo:

―Mamá, ¿cómo te has enterado de lo de mi árbol?

La madre se puso el abrigo y salieron las dos hacia el parque. Había mucha gente alrededor y muchísimas cámaras de televisión. Fernanda, al ver tantas cámaras, se fue a su casa a por una cuerda y, cuando volvió al parque, ya no había nadie y su madre le dijo:

―Fernanda, no te quedes mucho por aquí porque dentro de poco van a talar el árbol para llevarlo a un museo de otro país.

A Fernanda no le gustó nada porque no quería despedirse del árbol que tanto había cuidado. Llamó a su amiga Carlota para que le ayudara a atarla al árbol para evitar que lo talaran.

Llamó a su amiga Carlota para que le ayudara a atarla al árbol para evitar que lo talaran.

Carlota aceptó y ató a Fernanda al árbol. Cuando la ató le dijo:

―Fernanda, mañana volveré por si necesitas ayuda para desatarte.

Al día siguiente, ya había mil cámaras y un montón de personas alrededor de Fernanda y su árbol morado. Los policías vieron a Fernanda atada al árbol y con un altavoz le dijeron que se fuera a su casa porque tenían que talar el árbol para llevárselo. Fernanda se negó, no quería que talaran su árbol. Así que dijo:

―¡No me iré de aquí! ¡Yo he puesto esta semilla aquí y para que la taléis y la llevéis a un museo!

Los policías, indignados, le volvieron a decir a Fernanda de que se tenía que ir porque si no, la iban a tener que quitar a la fuerza. La madre de Fernanda le preguntó a la policía si se podía acercar para ver a ver si ella podía convencer a Fernanda. Así que la madre le dijo a Fernanda:

―Hija, haz caso a los policías. Desátate para que puedan talar el árbol y se lo puedan llevar al museo.

Al oír esas palabras de su madre, la hija con lágrimas en los ojos le respondió:

―Mamá, este árbol me importa muchísimo y no quiero que lo talen. No me obligues a desatarme, por favor.

Al oír esas palabras, la madre le dijo a la policía que no podían talar el árbol porque a su hija le importaba demasiado el árbol. La policía le explicó que tampoco podían dejar el árbol en mitad del parque, que tenían que talarlo y que no había otra opción.

Tras escuchar esas palabras, Fernanda se puso triste. No se podía creer que al fin a su árbol se lo iban a llevar. La policía desató a la niña y la dejaron a un lado. Empezaron a talar el árbol, pero antes de que pudieran tocarlo un poco con el hacha, la niña cogió un micrófono de la televisión y dijo en directo:

―No podéis talar mi árbol morado. Todos estos días he estado cuidándolo y ahora no puedo dejar que os lo llevéis. Es algo que no quiero que pase. Entiendo que no se puede quedar en el parque, pero no os lo llevéis a un museo de otro país. Plantadlo en la plaza para que todos los que visiten el lugar lo puedan ver.

Al oír esas palabras, el alcalde dio la orden de que, al terminar de talar el árbol, lo pusieran en la plaza. Con los ojos llorosos, la niña abrazó al alcalde y le dio las gracias por darle la orden de que no se lo llevaran a un museo de otro país, sino que lo plantaran en la plaza. Al día siguiente, Fernanda le pidió a su madre que la llevara en coche a la plaza para ver si habían plantado su árbol allí. Cuando aparcaron y llegaron a la plaza, vieron el árbol que ya medía más de ocho metros de alto. ¡Fernanda estaba tan feliz de que el árbol estuviera allí! Lo abrazó tan fuerte que sentía como si fuera un peluche. Al final, Fernanda se dio cuenta de que siempre que se intenta algo, se puede conseguir; y que no siempre se consigue como se quiere. 

Y aquí concluye esta historia. Quiero dar las gracias a toda mi familia que me ha ayudado mucho a acabarla y a mi amiga Inés, que sé que le hará mucha ilusión que haya escrito un libro y se lo agradezca porque una amiga que siempre está a tu lado es mejor que un millón. Y todos sabemos que los amigos son tesoros así que le doy las gracias a ella que me ha apoyado en mis proyectos y que siempre está en las buenas y en las malas.

Porque una amiga que siempre está a tu lado es mejor que un millón. Y todos sabemos que los amigos son tesoros

 

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