Autora: Ainara
Hospital Universitario Infantil Niño Jesús
Emociones que encontrarás en este cuento: alegría, sorpresa, amor y calma
Había una vez dos amigas llamadas Érica y Sofía. Aunque eran muy diferentes, su amistad era tan fuerte que nada las podía separar. Érica era divertida, soñadora y siempre tenía ideas locas; Sofía, en cambio, era más tranquila, le encantaba leer y pasar mil horas pensando en diferentes cosas. A pesar de sus diferencias, su amistad era perfecta y siempre se apoyaban mutuamente.
Un día caluroso de verano, después de horas jugando en el parque, las dos coincidieron en que necesitaban algo más emocionante. Mientras estiraban las piernas en el banco, a Érica le apeteció explorar el bosque que estaba detrás del colindante, para saber qué misterios habría por descubrir, ya que sus padres les dejaban alejarse solo hasta el límite del parque.
Así que, con mochilas llenas de comida y agua, se pusieron en marcha, cruzando el césped y adentrándose en el bosque.
A medida que avanzaban, la naturaleza las envolvía; los árboles eran cada vez más altos. Érica estaba emocionada, caminando sin pensarlo mucho, mientras Sofía se tomaba su tiempo, observando para descubrir algo increíble.
De pronto, llegaron a un claro donde una enorme roca resbaladiza emergía entre los árboles. Sofía se acercó primero, rozando la roca —una especie de manchas rugosas que no parecían naturales—. Con curiosidad tocó una de las marcas y, en ese momento, la roca comenzó a moverse lentamente, revelando un pasadizo oscuro en su interior. Érica sintió un flash de emoción y quiso continuar explorando. Sofía, aunque algo asustada, no dudó en seguir a su amiga. Cogieron las linternas y se adentraron en la cueva, cuyos muros eran fríos y húmedos. Al poco descubrieron que las paredes brillaban con pequeñas mineritas incrustadas que emitían una luz suave —como si la cueva fuera viva—. A medida que avanzaban, el resplandor se volvía más intenso, guiándolas hacia una pequeña cámara.
Cuando por fin llegaron, se quedaron sin palabras. La sala estaba llena de piedras preciosas de todos los colores: rubíes rojos, esmeraldas verdes, zafiros azules… Parecía un tesoro perdido. Sofía no podía creer lo que veía, pero Érica (siempre risueña) tocó una de las piedras y, al hacerlo, una leve vibración recorrió el suelo.
—¡Es increíble! —exclamó Érica—.
—Pero, ¿qué vamos a hacer con todo esto? —preguntó Sofía, mirando las gemas con asombro.
Érica se quedó pensativa un momento y luego, con una sonrisa, respondió:
—Creo que el verdadero tesoro es la aventura que estamos viviendo juntas.
Se miraron y, dándose cuenta de que tenía razón, se sentaron en el suelo rodeadas de piedras brillantes, disfrutando en silencio de la emoción y la complicidad de aquel descubrimiento.
Al final del día regresaron a casa cansadas pero felices. Sabían que cualquier aventura, por extraña o peligrosa que fuera, era mucho mejor mientras estuvieran juntas. Y así aprendieron que lo más valioso no era el botín, sino compartir los increíbles momentos que la vida les ofrecía.
Desde ese día, Sofía y Érica comenzaron a salir aún más a menudo, buscando nuevas aventuras que jamás olvidarían.
