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CULTURA
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Pequeños pacientes, grandes lectores

Blancanito y los siete enanieves

Autora: Iria, 11 años
Escrito en el Aula Hospitalaria del Hospital Infantil Niño Jesús (Madrid)
Emociones que encontrarás en este cuento: alegría, sorpresa, amor


En un pueblo algo lejos de aquí vivía una familia a la que todo el mundo conocía, la familia de Juanito.

Él era el menor de tres hermanos. La gente se piensa que ser pequeño es un chollo, pero para Juanito era como una especie de castigo.

Juanito tenía el pelo moreno con unos grandes ojos azules y era algo rechonchete, pero su piel era blanca como una pared, por eso su madre le puso el mote de Blancanito. Él lo odiaba, pero su madre era la única que le llamaba de aquella manera, ¿hay peor castigo que ese?

Llegó el invierno y con él los días cortos, oscuros y con olor a leña, pero aquel sábado de diciembre era especial. Hacía muy buen tiempo y la familia de Juanito decidió pasar un día en el campo. Juanito odia el campo y todo lo que tenga que ver con él, no soporta los bichos, ni el sol, ni andar horas y horas viendo siempre el mismo paisaje. Él estaba aburrido de todo esto y con lo único que soñaba era con vivir miles de aventuras en el metro y en el tren, o bañarse en la fuente que ve en la tele cuando su equipo gana algún título. En definitiva, la vida de Juanito era lo más aburrido del mundo.

Llegó el invierno y con él los días cortos, oscuros y con olor a leña, pero aquel sábado de diciembre era especial

En mitad del paseo decidió esconderse para asustar a sus hermanos. Lo que no sabía era que su familia había decidido seguir por el camino de la presa. Las nubes, en cuestión de minutos, apagaron la luz del sol y el cielo se tiñó de un gris anaranjado.

(Habla Juanito): Mi madre dice que el cielo se pone así cuando va a nevar. ¿Dónde está mi familia? Creo que están tardando mucho… Salgo de detrás de las piedras y me adentro en el camino, empiezo a gritar el nombre de mi hermano Nico y mi hermano Álex, pero solo oigo el silbido del aire entre los enormes pinos.

Hace mucho frío y necesito encontrar a mis papás, y según voy caminando los copos de nieve abrazan mi pelo. Empieza a nevar, y yo a ponerme nervioso.

Mi madre dice que el cielo se pone así cuando va a nevar. ¿Dónde está mi familia? Creo que están tardando mucho…

Corrí hacia una cueva y al entrar en ella tropecé con una piedra, y me caí al suelo dándome un golpe tan fuerte en la cabeza que perdí el conocimiento. Cuando desperté, ni os imagináis lo que allí encontré, ni yo mismo me lo creo aún. Mi madre no me cree, pero yo los vi.

Esas bolas de nieve rechonchas me rodearon y no paraban de mirarme, siete bolas de nieve con sus ojos, bocas, patitas y todos sus complementos, se llamaban Enanieves. Vivían en aquella pequeña cueva que ellos habían descubierto hace tiempo, allí trabajaban la piedra y sus paredes de hielo, y si te adentrabas podías ver sus pequeñas casas. Yo no sabía qué hacer, estaba asustado, pero ellos me protegieron y me cuidaron.

Bombón, Reno y Rulo eran los eran los chicos; ellos cocinaban, limpiaban, recolectaban frutas y verduras, que era lo único que comían estas bolitas. Chonchi, Sara, Nube y Cris eran las chicas, y ellas se encargaban de trabajar el hielo, de investigar las propiedades del agua y de construir más minicasas para todas aquellas bolas parlantes. ¡Era de locos! Aprendí tantas cosas que no quería marcharme.

Esas bolas de nieve rechonchas me rodearon y no paraban de mirarme, siete bolas de nieve con sus ojos, bocas, patitas y todos sus complementos, se llamaban Enanieves

Bombón me dijo que era hora de buscar a mis papás, tenía que volver a casa, pero podría volver siempre que yo quisiera.

Con el cansancio del día me quedé dormido. A lo lejos escuché una voz que decía ¡Blancanito, mi Blancanito, abre tus ojitos, por favor! Abrí los ojos y era mi madre que me tenía en sus brazos llorando como una magdalena.

Esa noche le conté mi aventura con los Enanieves. Ella nunca me creyó, pero en mi bolsillo apareció una pequeña piedra que Chonchi me regaló, y creo que estoy preparado para volver a visitarlos. Y colorín colorado…

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